«Mientras pensaba que aprendía cómo vivir»
El aforismo completo de da Vinci es: «Mientras pensaba que estaba aprendiendo cómo vivir, he estado aprendiendo cómo morir»
A sus 67 años, cuando las fuerzas le fallaron en el palacete de Amboise donde vivía cerca del rey de Francia, Francisco I, no tengo claro que no se arrepintiese de haber escrito estas palabras. Para Leonardo, aprender era como respirar, algo innato a su alma. Pero, a la vez, él consideraba que el aprendizaje estaba basado en la experiencia y con dicha experiencia, la mente humana ganaba conocimiento y sabiduría.
No podemos experimentar la muerte sin morir nosotros mismos. Por ello, podríamos decir que estamos aprendiendo cómo morir pero realmente, lo único que hacemos, es hacer a nuestra mente más consciente de que un día, nuestro corazón dejará de latir y con él, nuestros pensamientos se apagarán.
La muerte de otros nos puede llevar a experimentar dolor, locura, miedo o decepción hacia la vida. El estudio de los cadáveres que llevó a cabo Leonardo, seguramente le llevó a aprender como el cuerpo colapsaba y frenaba en seco su andadura para no volver a moverse más.
No aprendemos cómo morir, sólo aprendemos a afrontar nuestra muerte. Podemos aprender a aceptarla, al igual que acabamos aceptando la muerte de nuestros seres queridos o la de los miles de nombres que rellenan los periódicos cada año. Y la aceptamos porque no tenemos otra opción. No hay otra salida, ninguna vía de escape que nos salve de ella. Es y será. La vida y la muerte. La luz y la sombra. El latido y el silencio.
Creo que Leonardo, más que a vivir, aprendió a absorber lo que la vida le daba. Aprendió a beberlo a sorbos de forma insaciable. También creo que, en sus últimos años, cuando su vista apenas le respondía, odió con todas sus fuerzas tener que morir. Estoy segura de que maldijo para sus adentros aquella Naturaleza que tanto había venerado por darle un cuerpo sentenciado que fallaba más y más cada día.
Quizá fue consciente de cuál fue su último latido. Quizá supo que, detrás de él, sólo habría silencio. Quizá pensó que, si volviese a vivir, no gastaría ni un sólo segundo del día en dormir para poder aprender aún más durante el tiempo que se le diese.
Yo creo que hay que aprender a vivir y hay que aprender a valorar lo que se vive. Nos ocuparemos de saber cómo morir en ese último latido donde nuestra voz se callará para siempre.