Hatshepsut y las almas que se reconocen
Los párrafos que se muestran a continuación, se han eliminado de la versión definitiva del libro. Pero Hatshepsut fue un gran ejemplo de superación y de fortaleza por lo que los comparto aquí puesto que su historia asi como la creencia de los egipcios de que las almas podían reconocerse, son un buen ejemplo y aprendizaje.
Un par de años después, en el verano de 1971, nos fuimos a Egipto. Ambos sabíamos que ver las pirámides y los templos era una asignatura pendiente y cogimos la oportunidad en cuanto ésta se presentó. Uno se siente muy pequeño e insignificante paseando entre esas piedras. Como ya habíamos sentido en Roma, en Egipto la Historia también cae sobre ti y es más fácil entender que no somos nada pues antes o después de uno mismo, hay toda una Historia que sigue y otra que nos precedió… Keops, Ramsés, Tutmosis y Hatshepshut, son nombres que han pasado a través de los siglos y han conseguido que toda la civilización después de ellos los recordase.
Allí visitamos el templo de Hatshepshut: Deir el Bahri o Djeser Djeseru, el Sublime de los Sublimes. Simplemente increíble. Una obra de ingeniería tanto o más que de arquitectura. Las dos terrazas con su rampa de unión, las capillas, las columnas. Quitaba la respiración verlo enfrente tuyo con la pared vertical de la montaña detrás. No dudo de que cuando se terminó de construir en el Imperio Medio, allá por el siglo XV a.C debió ser una de las maravillas del mundo. La historia de Hatsepshut es otra de las vidas de las que se puede aprender mucho, sobre todo si eres mujer y quieres hacer historia (no importa si grande o pequeña).
En Egipto sólo reinaban hombres. Daba igual si eran hijos legítimos del monarca o ilegítimos, léase, de una segunda o tercera o cuarta esposa de las que el Faraón tenía en su harén. Si el hijo era ilegítimo, eran las hijas de éste las que casándose con el ilegítimo le daban legitimidad. En el caso de Tutmosis I, padre de Hatshepsut, él se tuvo que casar con la hija del anterior faraón Amenhotep I para llegar a gobernar el Alto y Bajo Egipto, el reino de las dos coronas. La historiografía dice que Hatshepsut mostró sus dotes de mando desde que era joven y su padre siempre la apoyó aunque la reglas de Egipto eran estrictas y no se podían violar: una mujer no podía regir Egipto, sólo podía ser la esposa, aún con poder, del monarca. Pero la historia siempre juega a sorprendernos y, en este caso, la joven Hatshepsut tenía claro que ella no iba a morir sin haber catado el más absoluto poder y no dudó en casarse con su medio hermano Tutmosis II para acceder al trono. Además, hay que añadir a la historia un nombre de los que los muros recuerdan: Senenmut. Los egipcios tenían una de las teorías más bellas sobre el encuentro de las almas y con la que estoy completamente de acuerdo. Ellos decían que, cuando los dioses lo deseaban, hacían que dos almas o Kas, como ellos las llamaban, se reconocieran. Ese reconocimiento no significaba que se enamorasen, o sí, pero había mucho más detrás de ese reconocimiento. Decían que cuando dos almas se reconocían, lo hacían en todos los ámbitos de la vida: en el emocional, en el sexual, en el intelectual, en el religioso. Las almas, los Kas, creaban un vínculo entre ellas irrompible que las hacía tener que caminar juntas y compartir fortunas o infortunios en todos los aspectos. Esa unión, no era creada por Hathor, la diosa del amor, sino por todos los dioses desde el poderoso Amón, al sabio Thot o la furiosa Shekmet. Todos se ponían de acuerdo para unir esas dos almas por ser bueno para Egipto. Senemut fue un sabio del Imperio Medio egipcio. Era político, escriba, estratega, mago, arquitecto, escultor y… mayordomo de Hatshepsut. Y sus almas se reconocieron. Y Deir el Bahri nació del conocimiento de Senenmut, del amor por su reina y de la ambición de ésta. Dos almas de cunas dispares, de familias dispares, de esperanzas opuestas en un inicio que se vieron, se encajaron la una en la otra y dieron a Egipto 20 años de éxtasis político, económico, arquitectónico y escultórico. Los dioses fueron inteligentes al juntarlos y estoy convencida que, a pesar de que nunca pudieron mostrar su amor públicamente, nadie dudaba de la compenetración y simbiosis que hubo entre ellos.

