Cuentos,  Vive. Siente. Aprende

Cómo gustéis

A las hadas, por la magia de su pelo

Se decidió moviendo la cabeza de un lado al otro;

“déjame sentirte en mí”;

Dejando que su pelo, en el movimiento de vaivén, se desprendiese de las gotas de magia que se habían ido impregnando en él durante el sueño;

“déjame que sea tu piel”.

Se levantó rápidamente y estirando las alas, se asomó entre los árboles en su busca.

“déjame que descubra mi magia ante ti”;

Tuvo que saltar unas cuantas ramas para encontrarle ya que él se había quedado dormido bajo una espesa haya de colores amarronados por la presencia del otoño;

“déjame enseñarte el camino de la palabra”.

Y así, Elea, bajó hasta la última rama que había por encima de la cabeza de Liethar.

Una vez que estuvo sobre él, respiró hondo y se concentró en aquello que tenía planeado desde hacía ya 23 amaneceres;

“deja que mi corazón se haga vida”.

Balanceó un poco más sus largos cabellos rizados de color ocre y dejó que su mano se llenase de la magia que caía de ellos.

“deja que mi amor te cubra y se haga tuyo”;

Cuando consideró que ya tenía suficiente, se alargó por la rama hasta quedar justo sobre su cabeza y uniendo su dedo pulgar y su dedo corazón sopló la magia que había entre sus dedos y dejó que cayera despacio sobre Liethar.

Él apenas se movió al notar como la magia entraba en él y le llevaba allá donde Elea quería y ella, tal y como se había repetido durante tantos soles y tantas lunas, tal y como su mente había hablado el día en que le conoció, recitó como versos aquello que ansiaba decirle y a Liethar le llegó como un susurro tenue y suave, como una poesía con la cadencia de las hadas. El poder de la magia le dijo así todo lo que ella deseaba y anhelaba en su pequeño corazón:

“Déjame sentirte en mi, déjame hacer realidad mis sueños, mis desdichas, mis sonrisas, mi vida y mi muerte en ti. Déjame descubrirte en mí, déjame descubrirme en ti, deja que todo aquello que ha quedado sin respuesta se responda solo, deja que sean nuestros ojos los que hablen y nuestras bocas las que vean lo que más desean. Deja que sea tu piel, deja que sea tus suspiros, tus heridas, tus lágrimas y tus risas; deja que todo aquello que no ha sido descubierto se haga cuento en nuestras manos. Déjame sentir que puedo sentir otro mundo, déjame vivir una historia sin final contigo, déjame enseñarte el camino de la palabra, el arroyo de la música, la voz de los bosques y el viento que mece los sueños haciéndolos frágiles y fuertes a la vez. Déjame que descubra mi magia ante ti, deja que rompa a pedazos mis alas para que tú los busques y me encuentres viva a tu lado, deja que la huida sea un quizás, que la palabra adiós sea una utopía y que el roce de nuestros labios dure eternamente en nuestras mentes. Déjame esperarte sin ceder ante el miedo de perderte, déjame sentir que te necesito sin sentirme pesar por no ser como tú, deja que mi mundo te atrape y se convierta en el tuyo, deja que mi mano guíe tus pasos de ciego y mi voz murmure arrullos que te hagan dormir. Déjame hacerte y hacerme de ti, déjame buscarte en tu soledad para encontrarla contigo, deja que mi pelo acaricie tu cuerpo impregnándolo de mi ser. Déjame que te muestre mi camino de ramas de árbol y enséñame a seguir el tuyo. Déjame preguntarme porque te necesito y no comprenderme, deja que mi corazón se haga vida. Déjame soñar contigo y conmigo, deja que mi amor te cubra y se haga tuyo. Déjame temblar en tu presencia y no sentirme débil, deja que mi pequeño cuerpo busque cobijo entre tus brazos. Déjame sonreír porque eres mío y llorar por que te vas. Deja que al dormir viaje lejos sabiendo que me observas partir. Déjame probar tu sangre para tener algo tuyo en mí, deja que esta magia sea tan fuerte como el destino y nos una. Déjame morir y vivir a tu lado para no seguir preguntándome cuantas cosas nos perdemos por no estar juntos”.

Al terminar, estaba tan sofocada que sentía que sus pequeños pulmones arderían dentro de ella para dejar de respirar. Pero nada pasó, Liethar siguió durmiendo y ella esperó pensando que su murmullo se había quedado en el viento.

Cuando cayó el sol, Liethar se levantó confundido y echó a andar como si no supiera donde estaba. Al llegar el día siguiente, él volvió y, en vez de quedarse dormido bajo el árbol, llamó a gritos al bosque, preguntando que magia era aquella que en su mente repetía una y otra vez palabras tan dulces que era imposible no sentir con ellas.

Elea, escuchando aquello y anhelando poder estar con él, se dirigió veloz usando sus piernas y sus alas por las ramas, arriba, arriba, hasta llegar al hada madre que la esperaba sentada firme en la rama más elevada del árbol más alto del bosque y así, temerosa por el poder supremo que ostentaba aquella hada pero confiada por la valía de sus sentimientos, Elea habló:

-Madre, vengo a pediros un favor.

-Sé qué favor quieres- dijo el hada madre cortante -Por tu necedad, ese pobre muchacho vagará día y noche por el bosque preguntándose quien le dijo aquellas palabras que resuenan en su pecho hinchándolo de sentimientos que no sabía que existían y sin saber que nunca podrá corresponderlos.

La mirada autoritaria no amedrentó a Elea y sacó su voz de los versos que le había susurrado a Liethar.

-Pero madre, yo le amo.

-¡No puedes amarle, eres un hada!. Las hadas y los humanos no pueden unirse, tú eres magia mientras él es fuerza, tú eres pura mientras él es orgullo, tú eres cristalina mientras él es tiene múltiples y oscuros matices, cambiantes según el sol y la luna que brillen.

Elea mordió su labio nerviosa; el respeto hacia el hada madre le hacía dudar.

-Entonces déjeme dejar de ser hada, quíteme la magia si con ello puedo estar a su lado.

El hada madre sopesó las palabras de Elea.

-Dime una frase que él deberá decir.

Elea se movió extraña, no esperaba algo tan fácil y complicado a la vez.

-Una frase… como gustéis…pues…

-¿Cómo gustéis?. Bien- dijo el hada madre sonriendo complacida.

-No, no. ¡Estaba pensando!- gritó Elea asustada ante la mirada astuta del hada madre.

-Ya no se puede cambiar. La magia ha creado lo que has pedido: Consigue que él diga “cómo gustéis” y tú dejarás de ser hada, perderás tu magia y podrás permanecer a su lado, pero si tú le ayudas o le insinúas lo que tiene que decir sólo sufrirás.

-Pero, madre, él nunca dirá esa frase, ¡es absurda!- Elea sintió como la ira rellenaba su pequeño cuerpo.

-Ahora vete. Si él te ama, sabrá la frase. Su corazón le llamará para decirla y que estéis juntos.

-Pero él no me conoce, no puede amarme.

-Entonces eres una hada necia que merece lo que le ha pasado. Ahora vete.

Elea deambuló sin descanso por el bosque como una estrella buscando su lugar en el cielo mientras escuchaba a Liethar que gritaba y preguntaba donde estaba aquella voz que le había hablado y le había pedido su amor.

Los días y las noches pasaron y la desesperación crecía y crecía como una sombra en el corazón de ambos. Liethar ya no salía del bosque, sólo vivía allí preguntando cada vez con voz más débil donde estaba aquella voz y Elea le seguía incansable consciente del daño que le había infligido a él y a ella misma.            

Y así, una tarde antes de que el día muriera, cuando la desesperación crispó sus manos hasta llevarlas a su espalda, Elea tiró de sus alas hasta conseguir romperlas en la esperanza de que perdiéndolas dejase de ser un hada. Sin embargo, lo único que consiguió fue que hilillos de agua cayeran de los pedazos de ala que se quedaron en su espalda como lágrimas por la pérdida, y sin saber que más hacer, bajó de nuevo hasta la rama más baja y vio a Liethar que sollozaba quedamente murmurando palabras sueltas de aquel susurro tenue y suave que ella le había mandado.

Elea, encogiéndose en la rama tanto como pudo, con la frente apoyada en sus rodillas para que sus ojos sólo viesen oscuridad, comenzó a decirse a sí misma aquella frase que debía darles la vida a los dos y el “como gustéis” se repitió en su interior tantas veces que sin darse cuenta, antes de que el sol acabase de ponerse, sus labios se abrieron y lo susurraron, y Liethar consciente de que algo o alguien había hablado cerca de él se levantó presto buscando aquella voz. Sólo escuchó un sonido sordo de algo que caía al suelo.

Se agachó para ver que era y se encontró con una piedra de tamaño algo mayor que su mano con forma de mujer con alas cortadas en la espalda y expresión de sufrimiento infinito. Al verla, algo le dijo que aquel bosque estaba maldito y que debía huir de allí, pero no lo hizo solo sino que se llevó con él aquella piedra con forma de hada en la que en su interior aún bullía la vida de Elea.

Y Liethar volvió a su casa y colocó la figura al lado de su cama y por las noches, aparte de la voz que le seguía susurrando amor, escuchaba otra voz como procedente de un eco que no llegaba a entender. Y esa voz era Elea, que en su desesperación de piedra seguía murmurando sin descanso “como gustéis”.

Pasaron más anocheceres y amaneceres y una mañana Liethar despertó y su cabeza no tenía ninguna voz y su mente no recordaba ningún bosque ni ningún susurro tenue y suave que le hubiese mandado el viento y se encontró con la figura de piedra al lado de su cama, de una mujer con alas rotas a su espalda, que ahora le miraba con expresión tranquila. Aquella noche, Elea había decidido perder el poco aire que le quedaba para que él recuperase su vida y al morir, había muerto la magia que les había envuelto desde aquel primer amanecer en que ella le había visto llegar y había sabido que tenía que ser suya y le había mostrado su corazón en aquellos versos que a él le habían llegado con la cadencia de las hadas.

Y él, aquella mañana, dejó de creer en los cuentos que decían que las hadas existían y podían crear ilusiones con los susurros de su voz y la magia que impregnaba su pelo.

Raquel Bernardos Rodríguez nació en Madrid y allí realizó sus estudios de Ingeniería Industrial rama Mecánica y del grado de Historia especializándose en Edad Media y Moderna. Desde pequeña, siempre ha sido una gran admiradora de Leonardo Da Vinci por su capacidad de abarcar y profundizar en tantos campos distintos sin desfallecer. Ha trabajado durante más de 15 años en el sector industrial llevando proyectos y equipos alrededor de todo el mundo lo que la ha permitido descubrir lugares increíbles en todos los continentes. Su pasión por aprender y por disfrutar la vida la llevaron a escribir este libro donde intenta mostrar al Da Vinci más humano a través de sus consejos y frases. Es madre de dos hijos a los que intenta inculcar que “el aprendizaje es lo único a lo que la mente nunca agota, nunca teme y de lo que nunca se arrepiente”.

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Consentimiento de Cookies con Real Cookie Banner