El corazón de la jirafa
Mi hijo se está leyendo un libro que se titula: «El corazón de una jirafa es increíblemente grande». Título precioso para un libro porque si hay algo que nos asemeje a los animales es el corazón. Todos los animales tienen uno o varios corazones (como el pulpo con sus merecidísimos tres) que vibran y palpitan como los nuestros.
El palpitar de cada corazón ya sea humano o de otro animal es único. Incluso el ser que lo lleva dentro no es capaz de controlarlo completamente. Cuantas veces no habré pensado en porqué estaba mi corazón golpeando tan fuerte en mi pecho si nada había afuera que debiese generar ese desconcierto, ese nerviosismo. Y normalmente, esa agitación la tenía adentro, eran mis pensamientos, mis recuerdos, mis sentimientos los que generaban la aceleración de los latidos.
Por desgracia o por suerte para mí, la imaginación me hace vivir vidas que mi cuerpo real nunca vivirá pero mi corazón responde a ellas como si estuviera en la isla de mis sueños, en el castillo de piedra blanca en medio del mar que mataría por recorrer o delante de esa persona que, aunque deseo con todas mis fuerzas que me quiera, no lo hace.
Sé que puedo llevar a la vida algunas de esas historias escribiéndolas. Leonardo también usaba sus pinceles y lápices del mismo modo. Mucho de lo que soñaba podía recrearlo en sus dibujos. Estoy segura de que a él también se le aceleraba el corazón cuando veía el paisaje de la “Virgen de las rocas” o dotaba de vida la sonrisa de un ángel.
El corazón es el mejor órgano que tenemos. Nos guía. Nos da y quita la vida. Nos enseña lo que odiamos y lo que amamos. Nos enseña lo que nos mueve en nuestro día a día y siempre, siempre hay que seguir sus latidos.