Arena en los zapatos
Una playa, un amanecer y una esperanza.
Mientras el sol asciende calentándome la piel, yo me dejo llevar por el sonido de las olas rompiendo no contra la arena sino contra mis oídos. Ese sonido intenso que me permite no escuchar nada de mi interior. Concentrada en su sonido, imagino la espuma blanca consumiéndose entre los granos de arena. Conchas de distintos colores y formas, cada una con su historia, con su edad y con su erosión, se amontonan unas sobre otras preguntándome si quiero saber de donde vinieron y porqué acabaron allí.
Y yo en cambio, soy la que quiere contarles de donde vine y porqué acabé allí. Porqué acabé con arena en los zapatos y deseando ser una concha que no quiere marcharse de esa playa. Porqué sueño con la esperanza de que esas conchas se claven en mi piel y me claven asimismo en la arena para obligarme a no marcharme de allí.
Quiero que me obliguen a ver todos los amaneceres y todos los atardeceres como los ven ellas. Quiero que me obliguen a doblarme antes las olas rompiendo sobre mí. Sol y luna, viento y calma.
Si cada uno es artífice de su propia ventura, yo quiero que la mía me lleve a esa playa porque la cobardía no me permite adentrarme en el mar. Ese mar infinito que me haría eclosionar, virar y crecer. Ante el miedo del cambio, pido la seguridad de la playa obligándome a mi misma a convencerme de que permanecer es más seguro que aventurarse.

La arena en mis zapatos se queda conmigo. El deseo de adentrarme en el mar muere en mis sueños.