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MAGIA

Érase una vez, un niño, que era muy bueno. Érase una vez, una niña, que era muy testaruda. El niño bueno y la niña testaruda se encontraron una noche. Era una noche cualquiera, con una luna cualquiera y las mismas estrellas brillando que siempre brillaban un 13 de Marzo en aquel lugar. Y aquel lugar, era también una lugar cualquiera. 

Pero aquel niño y aquella niña, sin quererlo, sin proponerlo, sin saberlo, hicieron magia. E hicieron magia porque aquella noche cualquiera nació una llama. Y esta llama, no era una llama cualquiera. Era una llama de las que adora bailar, de las cálidas y bellas, de las dulces y coloridas. Y esa llama comenzó a moverse al son de la música de los niños, comenzó a calentarse al calor de sus abrazos, comenzó a sentirse guapa al verse reflejada en sus sonrisas, comenzó a saberse dulce con el azúcar de sus labios y comenzó a enrojecer cuando la noche cualquiera dio paso a un amanecer no cualquiera porque ella había nacido.

A pesar de que la llama se sabía especial, se dio cuenta enseguida de lo difícil que era seguir viva. Se necesitaba calor, color, música, azúcar y, sobre todo, amor. Así que ella estudió a sus niños, a esos que la habían creado. Y supo ver que el niño bueno y la niña testaruda no habían llegado a asimilar la llama que había nacido gracias a ellos. Él, el niño, necesitaba tiempo para descifrar su creación. Su corazón era una amalgama de sentimientos atravesados por nudos e hilos rotos. La miraba sin comprenderla y la llama entendió que debía esperar para que él supiera como alimentarla. 

Ella, la niña, la comprendía tan bien que la eludía. Su corazón estaba vacío; como si una tormenta (o varias) hubiese expulsado todos los sentimientos que antes había albergado. La llama supo entonces que la niña no podía alimentarla.

Pero la llama se sabía especial y no quería morir. Así, intentó calentarles, moverles, enrojecerles y enduzarles con la vida que ellos mismos le habían dado. Consiguió que ambos la miraran y la sonrieran. Consiguió que se mirasen y se sonriesen el uno al otro. Consiguió que percibiesen la magia que habían creado. Consiguió que juntasen sus manos y la sostuviesen en ellas.

El niño bueno le dijo a la niña testaruda: Necesito esperar.

La niña testaruda le dijo al niño bueno: No puedo esperarte.

Juntos cerraron sus manos y la llama volvió a sus cuerpos. A esos cuerpos cualquiera de donde había salido.

Años después, cuando la niña y el niño volvieron a encontrarse en un lugar cualquiera, sintieron dentro de ellos la llama que nunca habia vuelto a salir. Entonces, juntaron sus manos, se miraron, se sonrieron y ambos dijeron a la vez: En una noche cualquiera, con una luna cualquiera, tú y yo hicimos magia.

Raquel Bernardos Rodríguez nació en Madrid y allí realizó sus estudios de Ingeniería Industrial rama Mecánica y del grado de Historia especializándose en Edad Media y Moderna. Desde pequeña, siempre ha sido una gran admiradora de Leonardo Da Vinci por su capacidad de abarcar y profundizar en tantos campos distintos sin desfallecer. Ha trabajado durante más de 15 años en el sector industrial llevando proyectos y equipos alrededor de todo el mundo lo que la ha permitido descubrir lugares increíbles en todos los continentes. Su pasión por aprender y por disfrutar la vida la llevaron a escribir este libro donde intenta mostrar al Da Vinci más humano a través de sus consejos y frases. Es madre de dos hijos a los que intenta inculcar que “el aprendizaje es lo único a lo que la mente nunca agota, nunca teme y de lo que nunca se arrepiente”.

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